Llamas apagadas El viaje a través del bosque había sido largo y monótono, el viajero habría perdido ya la cuenta de las horas de no ser por las frías noches que pasaba durmiendo bajo las estrellas. Cuando finalmente llegó a la linde del bosque la vio a ella, esperándole frente a un paisaje que le resultaba muy familar. La mujer vestía íntegramente de rojo fuego, su mirada era triste y reflejaba una gran ansiedad así como señas inequívocas de haber dormido poco; a su espalda, el majestuoso lago en el que acababan las cascadas y ríos de las montañas les recibía con un leve murmullo de aguas agitadas. -Has tardado mucho- Dijo ella. -Lo necesario- Respondió el recién llegado –Ha sido un viaje largo. ¿Dónde está? Espero que no sea tarde. -Eso tendrás que juzgarlo tú- Dijo de nuevo sin lograr evitar que durante escasos segundos vislumbrase un gran pesar en su mirada –Acompáñame. Caminaron en silencio algo más de una hora, el paisaje hasta el lago era monótono pero las picudas montañas que se extendían hacia el horizonte suponían una visión embriagadora. Al llegar al lago, el estruendo del agua al caer era ensordecedor aunque ninguno de los dos se detuvo, la mujer comenzó a caminar sobre unas losas que se elevaban sobre el agua formando un camino recto hacia la cascada central y su acompañante la siguió sin titubear. Una vez dentro, el viajero contuvo la respiración, había visto muchas situaciones parecidas pero en esta ocasión podía entender perfectamente la tristeza de su acompañante, una imponente ave de plumaje del color del fuego y siete largas colas se encontraba tendida en el suelo desprendiendo apenas un tenue brillo rojizo que lejos estaba de hacer justicia a su majestuosidad, sus ojos estaban apagados fríos y al acercarse a ella el viajero advirtió que gran parte de su plumaje estaba en el suelo inerte y sin color. -Se está muriendo- Dijo con voz apagada el viajero –Es peor de lo que pensaba. -Mi orden siempre veló por su seguridad pero nada puedes hacer por una criatura que se muere lentamente por una causa que desconoces- Le respondió la mujer. Permanecieron en silencio unos minutos mientras el viajero examinaba a la legendaria criatura y recogía algunas de las plumas del suelo. Al cabo de un rato, ofreció a la mujer de rojo un frasco brillante y se dio media vuelta. -No hay nada que pueda hacer- Le dijo –Eso ayudará a prolongar su vida pero no sé cuánto más aguantará. -¿Eso es todo?- Le reprendió ella -¿Te vas sin más? -Eso es todo lo que yo puedo hacer aquí- Respondió mientras cruzaba la cascada –Pero quizás haya un modo de frenar esta enfermedad, algo que solo averiguaré si viajo a las montañas… y encuentro a los dragones. El viajero abandonó el lago y partió hacia las montañas, le esperaba un viaje aún más largo y peligroso que el que le había traído hasta allí pero eso no le importaba, algo estaba ocurriendo en el mundo y era su deber solucionarlo.
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